De diciembre de 1959

Hay tumbas mucho más impresionantes que las de los abuelos de Oprah, pero, como explicó Katharine Carr Esters, eran lo que los hijos de Hattie Mae podían permitirse adquirir en Davidson Marble and Granite Works, en Kosciusko: «Los negros pobres ahorran toda la vida para comprar estas lápidas», afirmó. Obsérvese que el nombre del abuelo de Oprah, Earlist, está mal escrito en la lápida. «Suzie Mae [su hija y tía de Oprah] lo escribió como supo —dijo la señora Esters—. Él no sabía leer ni escribir, así que no habría sido de mucha ayuda».

En el cementerio, un pequeño campo con hierba raquítica, lleno de lápidas de granito del tamaño de los letreros de SE VENDE, hay esparcidas unas cuantas torres piramidales y un par de cruces grandes rodeadas de flores de plástico, pero la mayoría son modestas. Una es especialmente alegre: un féretro en miniatura con una tapa de aluminio donde pone: «Me he ido a pescar a unas aguas transparentes como el cristal».

En esa visita Oprah rindió homenaje a su abuela. «No eran las palabras que decía, sino la manera en que vivía. Me inculcó que era capaz de lograr cualquier cosa que quisiera, que podía ser cualquier cosa que quisiera ser y que podía ir a cualquier lugar al que quisiera ir». Esto lo decía para la gente de allí. Pero para otros públicos, Oprah contaba una historia bien diferente sobre cómo su abuela lavaba la ropa en calderos de agua hirviendo y le decía a Oprah que se fijara para que cuando creciera pudiera encontrar «alguna buena familia blanca para la que trabajar». Oprah siempre acababa la historia diciendo que a los cuatro años ella ya sabía que nunca sería una lavandera como su abuela. «Me gustaría que hubiera vivido lo suficiente para ver que crecí y que ahora tengo algunos blancos muy buenos trabajando para mí.»

Aquella tarde la familia y varios líderes de la comunidad se reunieron con Oprah, en casa de Katharine Esters, para hablar de lo que Oprah podía hacer para cumplir lo que decía aquel letrero según el cual ella siempre fue siempre «un apoyo para la gente de casa». Su secretaria tomó nota de las diversas propuestas y Oprah prometió volver a ponerse en contacto con ellos cuando hubiera tomado una decisión. Diez años después, volvió a Kosciusko para inaugurar una casa de Habitat for Humanity, de 30.000 dólares, que había financiado a través de Oprah’s Angel Network. De ordinario, construía casas Habitat en poblaciones donde la televisión emitía su programa, pero hizo una excepción con Kosciusko, y la ciudad le demostró su agradecimiento: Los titulares de la portada de The Star-Herald (con una tirada de 5.200 ejemplares) pregonaron: «Kosciusko se prepara para la visita de Oprah». Un veterano observó: «No habíamos visto unos titulares así desde que los Aliados desembarcaron en Normandía».

El día antes que estaba previsto fotografiar a Oprah entregando las llaves de la casa a la afortunada familia, fue a verla y se encontró con que estaba totalmente vacía. Llamó a una tienda cercana de Eddie Bauer y les dijo que la amueblaran de inmediato, desde cortinas y sofás hasta toallas y vajilla. También se ocupó de llenar todos los armarios con ropa de la talla adecuada para cada miembro de la familia. Según algunos cálculos, costó más amueblar la casa que construirla. «No les podía dar una casa vacía», declaró.

La mayor parte de la ciudad cayó de rodillas, agradecida, pero Katharine Carr Esters, que se había pasado años insistiendo para que la ciudad llevara agua corriente a la cercana comunidad negra, presionó a Oprah para que hiciera más, en especial para los niños pobres de Kosciusko. «Fue entonces cuando se plantó la semilla del Club Oprah Winfrey para chicos y chicas, con un coste de cinco millones de dólares, que Oprah abrió en 2006 —explicó—. Costó ocho años completarlo pero ese club ha hecho más bien que cualquier otra cosa que la comunidad haya visto. Los embarazos adolescentes han disminuido, los delitos juveniles han decrecido y el vandalismo casi ha desaparecido, gracias a los programas que se han puesto en marcha. Además, el club ha proporcionado puestos de trabajo. Así que Oprah hizo algo maravilloso para la gente de aquí, y alabado sea el Señor por lo que hizo… Pero…»

La señora Esters no puede evitar añadir una lúcida salvedad respecto a la filantropía de su prima: «Hace muchas cosas buenas para los demás con su dinero, pero eso es fácil cuando tienes tanto y necesitas deducir de impuestos y todo eso. Y Oprah no da ni un martillazo a un clavo para Habitat a menos que las cámaras estén filmando. Sí, debe conseguir publicidad para sus buenas obras, y se asegura de que así sea, sin ninguna duda. Nunca pierde una oportunidad, en especial para hacer dinero. No viene a casa de visita. Sólo viene para hacer un programa. Ha estado aquí un total de tres veces en los últimos veinte años, y cada vez ha sido para hacer un programa. Con Oprah, todo es negocio. En 1988, filmó su visita a Oprah Winfrey Road para uno de sus programas. En 1998, inauguró una casa Habitat al mismo tiempo que se estrenaba su película Beloved en el cine de la localidad, de forma que promocionaba la película pronunciando un discurso antes de cada proyección. En 2006, llevó de nuevo sus cámaras, para rodar la inauguración del Club Oprah Winfrey para chicos y chicas. Esa chica no desperdicia nada».

Preocupada porque su amiga, la señora Esters, honrada a más no poder, hubiera sido demasiado certera, Jewette Battles intervino: «Oprah tiene sus defectos y debilidades, igual que los demás, pero hace un buen trabajo. Es sólo que presenta su generosidad como si fuera la totalidad de su carácter, y eso no es del todo así». A lo largo de los años, las dos mujeres tuvieron ocasiones de ver a Oprah encarnando personajes diferentes. El que más les gustaba era el de Oprah, la filántropa. El que menos, el de Oprah que se promocionaba a sí misma. «Oprah dará dinero, pero sólo si es en sus propios términos o de acuerdo a sus ideas —dijo la señora Battles—. Cada movimiento está calculado para promover su marca y su imagen, y por eso hace buenas obras.»

Durante una de sus visitas a Kosciusko, Oprah se quedó charlando hasta bien entrada la noche con su «tía» Katharine y estalló en llanto, rogándole que le dijera el nombre de su auténtico padre.

«Apoyó la cabeza en mi hombro, llorando y llorando —recordaba la señora Esters—. “Sé que no es Vernon —me dijo—. No hay nada de Vernon en mí. Lo sé y tú lo sabes… Tú conoces toda la historia; estabas allí. Por favor, tía Katharine, dime quién es mi verdadero padre”.»

«No pude hacerlo —confesó la señora Esters, muchos años después—. Le dije que quien debería decírselo no era yo, sino su madre.

»Mi madre dice que es Vernon» —respondió Oprah.

Katharine Carr Esters levantó la mirada mientras contaba la historia, queriendo que Oprah conociera la verdad y, al mismo tiempo, desaprobando que su madre no se lo dijera.

«Supongo que Bunny —así es como la familia llama a Vernita— no quiere entrar en todo eso, a estas alturas, pero yo creo que si su hija quiere, tiene derecho a saberlo. Es sólo que yo no tengo derecho a decírselo».[4]

Poco después de que se publicara este libro, en abril de 2010, la señora Esters fue interrogada sobre sus revelaciones íntimas. Al verse sometida a presión, aseguró que la habían «engañado» para que divulgara sus auténticos sentimientos hacia Oprah y las mentiras que contaba sobre su infancia en la pobreza en Misisipí. La señora Esters negó también que hubiera revelado la auténtica identidad del padre biológico de Oprah, aunque había compartido la misma información con una de sus mejores amigas. Al oír esta negativa de su madre, su hija, Jo Baldwin, le pidió a su hijo, Conrad, que vive con la señora Esters, que llamara a Oprah para decirle que su abuela no había desvelado el nombre del padre de Oprah a la autora. «Conrad dijo que no podía hacer esa llamada a Oprah —confesó Jo Baldwin en una entrevista, tres meses después de la publicación—. Le pregunté por qué y él dijo: “Porque yo oí que lo decía”.»

La cuestión del auténtico padre de Oprah, provocó publicidad, haciendo que por lo menos un hombre declarara públicamente su paternidad, lo cual, a su vez, provocó una respuesta de Oprah, que estaba en Nueva York para entregarle un premio a Gayle King.

«La semana pasada, cuando salió una denominada “biografía”, ha sido difícil para Gayle —declaró Oprah ante los reunidos para un almuerzo en el Waldorf Astoria—. Cada día se pone más y más nerviosa por todos esos nuevos padres que me salen ahora. Unos “papis” que me dicen: “Hola, hija mía, llámame, necesito un tejado nuevo”. Bueno, pues también esto, como todo, pasará.»

Vernita Lee esquivó la cuestión del auténtico padre de Oprah en una entrevista de 2010 con N’Digo, un semanario gratuito de Chicago: «Eso de que Vernon no es el padre de Oprah, lo oigo y no lo oigo —afirmó—. Pueden decir lo que quieran. Yo sé quién soy y no dejo que eso me preocupe. Se olvidarán o dejarán de hablar de ello».

En los tres días de entrevistas grabadas con la señora Esters, ésta dijo que comprendía por qué Vernita Lee no se sentía inclinada a crear complicaciones innecesarias, a estas alturas de su vida y ahora que todo iba bien, admitiendo que era otro y no Vernon Winfrey el verdadero padre de Oprah, ya que ésta nunca había pedido una prueba de ADN. Vernon había reconocido que no había engendrado a Oprah, pero se enorgullecía de haberle dado algo mejor que la sangre.

«Oprah ha cuidado muy bien de su madre, que ahora se compra sombreros de quinientos dólares y tiene chóferes y asistentas y cocineras y todo eso, pero la historia de Oprah y Vernita es triste y complicada —afirmó la señora Esters—. Oprah no quiere a su madre, en absoluto. […] Le da mucho económicamente, pero no le da el respeto y el afecto que como hija debería darle, y eso me indigna. Vernita lo hizo lo mejor que pudo con Oprah, que era una niña terca, que se escapaba de casa… Su madre ha tenido que enterrar a dos de sus tres hijos y puedo decirte que perder a un hijo te hunde. Lo sé».

»Yo he tenido que enterrar a mi hijo. —Con un gesto señaló el retrato de un joven, colgado por encima de la cama—. Por eso, Oprah tendría que ser más indulgente con su madre… Incluso cuando lleva a Bunny a su programa, no la deja hablar, porque Bunny habla el dialecto de la gente de color… No tiene la educación que a Oprah le gustaría que tuviera.»

Oprah se había alejado tanto de la vida de la granja de su abuela que no le quedaba nada en Kosciusko. Después de una de sus visitas, les dijo a los congregados para un almuerzo: «Hace poco, volví a mi lugar natal… y algunas de las personas con las que crecí siguen sentadas en el mismo porche, haciendo lo mismo. Es como si el tiempo se hubiera detenido y continuara parado en algunas partes de Misisipí. No hay un solo día en que no me arrodille y dé gracias a Dios por haber sido una de las afortunadas que pudieron salir de aquel lugar y hacer algo útil en la vida».

Sin embargo, Oprah necesitaba algo del pasado y dijo haberlo encontrado, finalmente, en una mansión de un millón de dólares, en una extensa propiedad de 65 hetáreas, en Rolling Prairie (Indiana). Habiendo inventado una familia a la que pudiera querer, ahora decidió inventar su hogar ideal, con colinas onduladas, prados con flores púrpura, establos, una perrera con calefacción, doce habitaciones, un helipuerto, nueve caballos palomino, diez golden retriever, tres rebaños de ovejas de cara negra, una casa para invitados, con ocho habitaciones, una cabaña de madera, una piscina, pistas de tenis y bonitas hortensias azules.

«Nunca he amado ningún sitio como amo a mi granja —afirmó—. Crecí en el campo y, probablemente por eso, siento tanto apego por la tierra. La amo. Amo el canto de la tierra. Amo pasear por ella. Y amo saber que es mía. […] Cuando cruzo la verja y mi perro viene corriendo a recibirme porque reconoce mi coche, soy más feliz de lo que he sido nunca. Paseo por el bosque. Hago Tai Chi Chuan junto a la piscina. Cultivo mis propias coles.»

«Sólo el paisajismo para esa finca fue un trabajo de cuatro años y costó nueve millones de dólares —dijo el arquitecto paisajista James van Sweden, de Oehme, Van Sweden and Associates—. Me reunía con Oprah cada tres semanas, durante cuatro años, para discutir el diseño. Nos lo pasamos de maravilla enladrillando la zona de aparcamiento, levantando muros de piedra caliza, colocando senderos de losas, rodeando de césped el estanque, cambiando de sitio la pista de tenis y el estanque. Le construí una piscina de 30 metros de largo, pero la pobrecilla no podía usarla porque era cuando estaba más gorda —estaba enormemente gorda— y los paparazzi no paraban de sobrevolar la finca en helicóptero, y se ocultaban al otro lado del camino, con cámaras que podían tomar una foto perfecta desde un kilómetro de distancia. No había manera de que se metiera en la piscina, sin que sus 140 kilos aparecieran en todos los periódicos. También construimos una casa junto a la piscina para que pudiera celebrar reuniones. Ella estaba totalmente metida en el proyecto, desde principio a fin, y pasaba tres o cuatro horas conmigo en cada reunión. Luego yo pasaba semanas en la finca…

»Recuerdo la primera vez que entré en su salón de Indiana y vi aquellos sofás demasiado mullidos y los sillones almohadillados y lo que parecía un millón de cojines esparcidos por todas partes. Es la idea que tiene Anthony Browne, su decorador, del estilo “campiña inglesa”, que Oprah se tragaba por completo. Le gustaban las cosas hinchadas. Cosas grandes hinchadas. […] Browne ponía flecos y frunces y ribetes y volantes y cordones por todas partes —Van Sweden, aclamado internacionalmente, es conocido por sus diseños elegantes y poco recargados—. Todos los sirvientes de Oprah son blancos, pero sus paredes son negras. Tiene cuadros de pastores negros y granjeros negros y ángeles negros; todo muy hortera, pero también eso puede ser culpa de Anthony Browne por orientarla hacia el arte basura. No obstante, fue Oprah quien insistió en el color. Dijo: “No voy a poner condes y condesas en las paredes. Sólo gente negra”.

»Después de nuestro primer almuerzo en la finca, salimos afuera y me dijo que tenía que transformar sus prados en El color púrpura. Insistió en poder ver flores púrpura desde todos los ángulos de su habitación. No entendía por qué yo no podía plantar aquel prado (16 hectáreas) con tanta rapidez como lo había hecho Spielberg para la película. “A él sólo le llevó tres semanas”, decía. Intenté explicarle que se trataba de Hollywood y que lo había hecho con espejos y lentes. Pasé días en su dormitorio, dibujando planos desde cada ventana, así que para cuando acabé, conocía cada centímetro de la habitación, dentro y fuera de los armarios, y por eso puedo decirle que no había ropa de hombre en ninguno de los armarios de Oprah y tampoco había rastro de Stedman en ningún sitio. A lo mejor se alojaba en la cabaña de madera que había construido, y que llamaba “Nido de Amor”, pero puedo asegurarle que Oprah duerme sola en su habitación y tiene una Biblia junto a la cama y montones de libros.

»Proyecté un círculo en el aparcamiento, para su boda, porque la había oído decir, en su programa, que en algún momento querría casarse. No se lo dije en aquel momento, pero lo tenía en mente. Luego conocí a Stedman y supe que no habría boda. Él no es más que un mueble en su vida. Fachada. Un modo de que una mujer soltera y sin hijos parezca normal a ojos de su público de mujeres casadas, con maridos e hijos. Stedman es un hombre agradable. Recuerdo sus bellos dedos, largos y elegantes. Además, era guapo, pero no es más que un acompañante atractivo. Nunca vi calidez ni afecto entre ellos; en ningún momento durante los cuatro años que trabajé para Oprah. Nunca los vi tocándose o abrazándose o besándose; nunca. Ni siquiera se cogían de la mano. Pero Oprah quiere parecer normal ante su público, así que necesita tener a Stedman, para poder referirse a él… Hablaba mucho más de Gayle que de Stedman, pero no creo que Gayle y ella sean una pareja lesbiana. Son, simplemente, muy buenas amigas. […] Oprah conserva a Stedman junto a ella porque quiere que el público acepte que es una mujer normal, con un hombre en su vida, pero por lo que vi en aquellos cuatro años, puedo decirle que no hay nada con Stedman. Nada de nada.»

Meses después de que van Sweden plantara la última flor púrpura en la finca Rolling Prairie, de Oprah, ella, Stedman y Gayle estaban pasando un fin de semana de otoño juntos. Gayle había llegado de Connecticut y estaba en la cocina cuando Oprah salió fuera para dar la bienvenida a Stedman, que venía de Chicago. Más tarde, relató su breve conversación.

 

—Quiero que te cases conmigo —dijo él.

—¿Es una proposición? —preguntó Oprah.

—Me parece que ya es hora.

—Oh, es estupendo, de verdad.

 

Entró en la cocina, casi sin aliento. «No te lo vas a creer —le susurró a Gayle—. Stedman acaba de pedirme que me case con él.» Planeaban casarse el 8 de septiembre del año siguiente, porque era la fecha de la boda de Vernon con Zelma. Oprah llamó a Oscar de la Renta para que diseñara su vestido de boda. Steadman y ella anunciaron su compromiso en una entrevista con Gayle en televisión; mejor dicho, Oprah hizo el anuncio, lo cual, según confesó, había enfadado a Stedman. Unos días después, el 23 de noviembre de 1992, en el momento de la oleada de audiencia, aparecieron en la portada de People, con un llamativo titular: «¡¡OPRAH PROMETIDA!!»

Meses antes, en lo que se anunció como su primera entrevista conjunta, Oprah y Stedman aparecieron en Inside Edition y se quejaron a Nancy Glass de que el exceso de publicidad ponía en peligro su relación: «Hemos pasado por mucho estrés —afirmó Stedman—. No teníamos ninguna intimidad cuando salíamos». Al parecer, ninguno de los dos veía la ironía de salir por la televisión nacional para lamentarse de la atención que atraían.

Al cabo de seis años, Stedman había hecho oficial su ascenso de novio a prometido. Una década más tarde, sería descrito cortésmente como «la pareja de Oprah», que es lo que ha seguido siendo durante años y años; un acompañante perpetuo, compañero de habitación y ocasional compañero de viaje.

2. Referencia a Beach Blanket Babylon, el musical que lleva más tiempo representándose en los Estados Unidos. (N. de la T.)

3. Referencia a una rima infantil: Jack Sprat could eat no fat His wife could eat no lean And so, between them both, you see, / They licked the platter clean (Jack Sprat no podía comer grasas / Su mujer no podía comer magros  Así que, entre los dos, ya ves  Lamían la fuente hasta dejarla limpia.) (N. de la T.)

4. El 30 de julio de 2007, la señora Esters le dijo a la autora el nombre y origen del verdadero padre de Oprah, con la condición de que no publicara dicha información hasta que Vernita Lee le cuente a su hija toda la historia. «Y cuando eso suceda lo sabrás, porque Oprah probablemente haga un programa sobre ‘Encontrar a tu verdadero padre’. Como te he dicho, esa chica no desperdicia nada.» (N. de la A.)


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