SABÍAS QUE ? Quema de iglesias, conventos y otros centros religiosos (1931)

¿SABÍAS QUE…?

 

1. Luis I, que reinó en España solo siete meses y medio por culpa de la viruela, fue cuidado durante su enfermedad, entre otros, por su propio padre, Felipe V, a pesar de su exposición al contagio, quien lo sucedió en el trono.

 

11 de mayo

 

Las primeras semanas de la República habían transcurrido como la seda, sobre todo teniendo en cuenta que los meses anteriores a abril de 1931 habían sido muy agitados. Nadie esperaba ninguna amenaza seria desde una derecha expectante y disgregada, ni siquiera tras los amagos de insurrección de la extrema izquierda contraria a una República demasiado moderada. Tampoco el comportamiento oficial de la Iglesia, que había recibido el cambio de régimen anunciando a sus ministros y fieles «respeto y obediencia», parecía ir en otra línea.

Sin embargo, el 1 de mayo, el cardenal Segura, arzobispo de Toledo y primado de España, dirigió una carta pastoral a todos sus obispos y fieles en la que calificaba la proclamación de la República de «desgracia» y se refería a la monarquía con unas palabras de agradecimiento a su máximo representante caído: «Séanos lícito también expresar aquí un recuerdo de gratitud a S. M. el rey don Alfonso XIII, que durante su reinado supo conservar las antiguas tradiciones de fe y piedad en sus mayores». Ocho días después, el obispo de Tarazona dirigía a sus colegas otra pastoral: «El peligro de esta soberanía nacional está, primero, en que se vacía de contenido de Dios la sociedad, y se suplanta con la autoridad de un hombre o de unos hombres que, por lo mismo que no ejercen el poder en nombre de Dios, podrán prescindir de Él».

Fue la política de orden público el primer desafío al que tuvo que hacer frente el Gobierno. La vida tranquila terminó ese mismo 10 de mayo, cuando, durante la inauguración del edificio del recién instituido Círculo Monárquico, un megáfono colocado en la ventana difundió la «Marcha Real» y vivas al Rey. Se organizó un tumulto y una concentración amenazante ante la sede del diario monárquico ABC, seguida de una carga de la Guardia Civil, con varios heridos y dos muertos, lo que obligó al Gobierno a reunirse esa misma noche. Su ministro de Gobernación, Miguel Maura, trató de disolver por medio de la Guardia Civil a los manifestantes.

A la mañana siguiente, 11 de mayo, en plena reunión del Consejo de Ministros, saltó la noticia de que estaba ardiendo el convento de los jesuitas de la calle Isabel la Católica. Fue el primero de una oleada de ataques e incendios contra cualquier sede religiosa o que tuviera que ver con la educación y comunicación católicas: iglesias, conventos, sedes episcopales, residencias, periódicos, etc. Por la tarde, el Gobierno, que se había negado a utilizar a la Guardia Civil para dispersar a los manifestantes nocturnos, declaró el estado de guerra y recurrió al Ejército para restablecer el orden. La oleada de atentados se extendió por gran parte de la mitad sur de España durante tres días. Finalmente, la situación logró controlarse en Madrid y en aquellas otras ciudades y provincias que también vieron arder conventos e iglesias.

La izquierda atribuyó los acontecimientos a una provocación de los monárquicos y justificaron los incendios como una reacción a la agria oposición de los católicos al nuevo régimen y como una avanzadilla en defensa de la República, ya que el Gobierno provisional no había hecho nada. La derecha aprovechó para atacar al Gobierno por su retracción inicial, sus dudas, sus vacilaciones y su posterior actitud parcial con la suspensión de la prensa monárquica y católica, además de sacar las vergüenzas de un Consejo de Ministros contradictorio e indeciso.


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